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Capitulo 6

CAPÍTULO VI

Conforme se acercaban más a la calle Mármoles, menos gente había.

- ¡Uhmmm! Carboneríaaa ¡Uhm! Grmm Brrmmm
- No podemos desviarnos Fender... hemos de continuar nuestra cansina búsqueda – aconsejó Roland.
- ¡Joooo! – Expresó desilusionado Fender.

Siguieron caminando por la calle San José, hasta que llegaron a una plaza, llamada Nuestro Padre Jesús de la Salud. Ya anochecía cuando llegaron allí. Las anaranjadas luces de las farolas iluminaban la plaza. El ladrido lejano de un perro resonó en una de las calles adyacentes. Por fin vieron la cerámica de la calle que buscaban, y se encaminaron hacia ella. Los pasos de nuestros protagonistas retumbaban en la desierta calle.

De pronto se escuchó un silbido en una de las calles próximas. Un silbido se aproximaba, pero no un silbido cualquiera, no, un silbido virtuoso y con armónicos incluso... un silbido polifónico; acompañado por un rítmico sonido de pasos que hacían la base rítmica. Nuestros héroes se pusieron en alerta, y no sabían que hacer, entonces, casi al unísono se escondieron detrás de un coche rojo que había aparcado cerca. El agudo silbido se acercaba cada vez más.

- ¿Veis algo? – Preguntó susurrando Roland.
- Aún no, pero, vamos... te podías traer las gafas de vez en cuando – aconsejó sabiamente Fender.
- Uhmmm...

Los pasos sonaban cada vez más y el silbido cada vez más agudo, el cual creaba una melodía, melodía que parecía de Semana Santa. De pronto, el silbido y los pasos dejaron de sonar, justo al otro lado del coche rojo. Fender miró sigilosamente por debajo del mismo y vió dos pequeños zapatos negros. Sea quien sea el que estuviera allí, estaba justo al otro lado, y parecía saber o intuir que ellos estaban escondidos allí. Gurú, Fender y Roland estaban nerviosos.

- ¿Tenéis hora? – Una voz aguda, como de niño, les preguntó. Gurú, Fender y Roland se miraron extrañados.
- ¿Eoo? ¿Tenéis hora? – Volvió a repetir la pregunta.

Nuestros héroes se asomaron lentamente por encima del techo poco a poco, y vieron a un niño, con las manos metidas en los bolsillos, pelo corto y algo rechoncho.

- ¿Hora? Uhmmm creo que sí... – dijo Roland
- ¡Ah! Es bueno saberlo. Es muy útil tener hora – interrumpió el niño – facilita mucho las cosas – dijo mientras les observaba de forma intrigante.
- ¿Y tú? ¿Tienes hora? – preguntó Fender.
- Pues sí, son exactamente las 10 y 5 de la noche – dijo con decisión el niño.
- ¿Y por qué nos preguntas la hora? – interrogó Gurú.
- Simple costumbre, ya sabéis...

Ahora sí que no entendían nada.

- ¿Costumbre? – Dijo Roland.
- Sí, bueno... generalmente les pregunto a las personas si tienen hora.
- ¿Para qué? – Preguntó Fender.
- Me preocupa que la gente no tenga hora. ¡Una cosa tan importante! Le da precisión a la vida. Mirad, ahora mismo son las 10 y 6 minutos y 7 segundos y 8 segundos y 9 y 10 y 11 y 12...
- ¡Joder! ¡Cómo se puede ser tan cansinooo! ¡Me cago en tó! – Exclamó agobiado y estresado Fender, mientras se llevaba las manos a la cabeza y moviéndose de un lado para otro - ¡Ofú! ¡Fu Fu Fu!
- ¿Quién eres y qué haces aquí? – Interrogó con decisión Gurú.
- ¡Eso! ¡Ahí, ahí le has dado! – dijo Roland
- Me llaman el niño silbador
- Muy propio tú... – dijo Roland
- Y suelo ir de un sitio para otro preguntando la hora – contestó el niño silbador.
- ¿Pero para qué? – preguntó Fender
- ¡Bah! Simple costumbre... o no.

Gurú, Fender y Roland tenían la sensación de estar entrando en una espiral de absurdez infinita.

- ¿Costumbre... o no? – Dijo Gurú.
- Sí.
- ¡Joder! ¡Vamos de mal en peor! – Exclamó Fender
- Veréis... generalmente la gente cuando está alegre y despreocupada, se olvida del tiempo. ¡Una cosa tan importante! Pues eso, cuando están sumidos en la embriaguez del momento... aparezco yo.
- Apareces tú... – dijo Roland.
- Sí – afirmó el pálido niño.
- Y les preguntas la hora ¡¿A qué sí?! – dijo Fender
- Sí.
- ¿Para? – Preguntó Gurú.
- Al preguntarles la hora les obligo a mirar el reloj, y así, de este modo tan sutil, les hago conscientes de la hora que es. Les despierto, les vuelvo a la cruda realidad, al de las obligaciones. Parece algo insignificante, pero todo esto es un factor muy importante. Casi siempre, después de este pequeño e ínfimo detalle, las decisiones que toman las personas se ven afectadas, las cosas cambian de rumbo.
- ¡Tienes una mente perversa y maquiavélica! – dijo Gurú
- ¡Deberían de llamarte mala persona! – Exclamó Roland.
- ¡Argh! ¡Me estoy agobiando! ¡Por tu culpa he mirado la hora tres veces seguidas en menos de un minuto. – Dijo agobiado Fender.
- Ves... ¡a qué ahora, después de eso, ya no piensas tan alegremente. Te sientes ofuscado, y ya no tomaras las mismas decisiones. ¡Ha ha ha! – Dijo el pérfido niño.
- ¡Argh! Es cierto. Soy un esclavo temporal ¡Prisionero del espacio-tiempo! – Gritó Fender.
- ¡Quién te envía? – Le preguntó Roland con aire decidido.
- Veréis... hay determinadas cuestiones que no pueden ser contestadas.
- ¿Cómo que no? ¡¿Quién te envíaa?! Gritó Gurú saltando el coche y agarrando al niño por el cuello fuertemente.
- ¡Ha ha ha! Si crees que me vas a asustar con esa reacción, estás muy equivocado. Además, la ley de menores me ampara.
- ¡Yo me cago en la ley esa! ¡Niñatos de mierdaa! – exclamó furioso Fender
- ¡Ha ha ha! Aún ahora no os dais cuenta. Estáis ofuscados. La ira os imposibilita pensar. Justamente lo que quiero, ¡lo que queremoss!

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