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el-guru

Capitulo 5

CAPÍTULO V

Evitaban mirarlas, mientras tapaban los ojos de su nervioso compañero. Ellas realizaban gestos que, aunque insignificantes, tenían un alto grado de sugerencia. Todo aquello transcurría en un profundo silencio, lo que aumentaba la tensión de nuestros héroes. Una se acariciaba lentamente el cuello, otra se humedecía lentamente los labios, otra mordisqueaba la punta del bolígrafo, otra se dejaba suelta la melena y se acariciaba el pelo... todo aquello era demasiada carga, pero ellos aguantaban estoicamente.

Infinitos pensamientos lascivos se arremolinaban kaleidoscópicamente en las mentes de Fender, Gurú y... Roland, que aunque no veía... olía.

- ¡Uhmmmm! ¡Las huelooo! ¡Dejadme verlasssss! Mmmm ¡Argh! ¡Argh! – exclamó Roland.
- Hemos de hacer algo... y pronto, o nos idiotizarán temporalmente. – aconsejó sabiamente Gurú
- ¡Argh! ¡Deja de moverte Roland!
- ¡Ya sé! ¡Tengo la solución! – sentenció Gurú

De repente, Gurú, pegó un salto y cayendo sobre sus manos se impulsó nuevamente. Fender lo miraba impresionado. Gurú seguía con su demostración gimnástica, cuando tropezó con una papelera, desparramando su contenido por el suelo. Resbaló con uno de los residuos y siguió resbalando durante un rato (bastante rato diría yo), hasta que agarrándose a una barra hizo un giro de 360º, y volvió a resbalar en la misma dirección de antes... incluso más rápido ¡Argh! El misterioso plan de Gurú era, caótico. Después de un rato y tras desaparecer por uno de los pasillos, Fender le vió volver, esta vez andando, y con aire grandilocuente. Llevaba algo en sus manos. Fender no podía ver lo que era, pero fuera lo que fuera, todo dependía de aquello.
Gurú se puso delante de él y Fender lentamente tuvo una llamita de compresión. “Er nota”, sin más preámbulos, mostró lo que escondía entre sus manos. “Guía del perfecto misógino”. De repente nuestros héroes, con pose de Power Ranger, abrieron el libro, y comenzaron a leerlo en voz alta. De repente, aquel exótico paisaje de mujeres calenturientas, se convirtió en un páramo desértico de fealdad y asimetría. El sonido de aquellas palabras les mostró una realidad que no habían visto antes. Lo que antes era bello, ya no lo era.

- Ya puedes soltar a Roland
- ¡Juer! ¡Qué ha pasado aquí! ¡Argh! ¡Qué es eso! – dijo Roland agobiado
- Esa es la consecuencia de la libertad. Por fin nos hemos liberado de las argucias de las mujeres. Ha Ha Ha Por fin podemos pensar con claridad, sin que sus cuerpos se interpongan en nuestro camino ¡ya no nos joderán mássss!- dijo Gurú con la grandilocuencia que le caracterizaba, a veces...
- ¡Libertaad! – gritó Fender

Abandonaron aquella sala y se encaminaron por uno de los pasillos. En él había numerosos libros tirados por el suelo, causado por el momento saltarín-patinador de Gurú. A Roland le llamó la atención uno de ellos. En la portada se podía ver claramente al monumento.

- ¡Argh!- gritó Roland
- ¿Qué ocurre? – preguntó Gurú
- Creo que nos hemos equivocado, aunque gracias a esta equivocación no nos hemos equivocado más. ¡Gñ!
- ¿Puedes aclararte un poquito?- dijo Fender
- Pues eso...
- ¿Pues eso que?
- Está claro...
- ¡Ofú! ¡Verás tú! ¡Qué agobioooo! ¡Lo quieres decir de una puñetera veeeeezzz! – Fender.... ¿quien si no?
- Lo pone bien claro aquí – dijo Roland señalando un párrafo.

“En la construcción de este magnífico monumento de la antigüedad, orgullo de la ciudad que la observa, se hizo uso de materiales de muy variopintos edificios de la época romana. Se sospecha que uno de ellos fue el grandioso palacio romano, que estaba situado en la calle Mármoles, de el que solo quedan sus enormes columnas de piedra del pórtico...”

- Así que no teníamos que venir aquí... – dijo Gurú
- Pues no... pero menos mal que vinimos porque sino...
- Hemos de ir hasta esa calle e investigar todo lo nos encontremos. – decidió “er nota”
- ¡Juass! – exclamaron todos al unísono.

Se encaminaron con premura hasta el barrio Santa Cruz. Aunque se perdieron durante 30 minutos por el laberíntico trazado de las calles. Lograron salir con esfuerzo. En una de las calles se le acercó a Roland la perfección echa mujer, una Venus, la cual le preguntó dónde estaba la Plaza San Francisco. Roland se puso nervioso, tartamudeando, le indicó más o menos donde estaba. Ella, irremediable e inexorablemente, continuó su camino, iluminando las calles conforme se alejaba. Roland se quedó enamorado y... hecho polvo, haciendo trizas la proeza casi heroica de Fender y Gurú en la biblioteca. Pobres ilusos. Al rato se dio cuenta que le indicó mal el camino...

- ¿Quién sería? ¿Anda andará? – dijeron ambos nostálgicos. Y continuaron su viaje tarareando “The Thrill Is Gone”.

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